jueves, 23 de septiembre de 2010

Diarios



I

Sólo la muerte
nos hará libres,
sólo ella será capaz de romper
con la luz del día
con la humedad del alba
con la sutil dispersión de la lluvia en el rostro,

sólo ella acabará
con la fuerza del oleaje interno
con la fiera resistencia del bosque
al fuego,
con la sobria dignidad pisoteada
en los muros ciegos.

La muerte y no otros conjuros,
optimistas presagios,
sedantes opiáceas resurrecciones,
cuando todo acaba
ya nada más existe,
nada más sobre la piel dolida de la tierra,
nada aquí ni más allá.

Sólo ella podrá asestar con su puñal de olvido
nuestra historia la mas golpeada,
la más luchada,
la convincente cruzada contra los moros de la moralina,
sólo ella con su garrote cargado de silencio
en la sien del recuerdo del mundo.

Y aún así
los árboles plantados
los libros quemados
los hijos repartidos por la inmensurable planicie del planeta
se transformarán en el único
vestigio,
en el único testigo
de todo cuanto elevamos este dulce tormento,
esta cicuta amada,
esta emboscada permanente a sus esclavas leyes,
a sus sucios dogmas teñidos
de sangre y mordaza,
sólo ellos testigos.

Sólo ellos testigos.

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